Salimos de casa cuando el alba recién despuntaba y una hermosa luna con el lucero de la mañana nos saludan y acompañan camino del santuario... .me es imposible no recordar a Gabriela Mistral y su soneto: “piecesitos de niño, azulosos de frío que os ven y no os cubre, Dios mío!” (por cierto no son mis piecesitos) El frío es intenso, una notoria capa de hielo cubre los autos y la escarcha se aprecia en los prados de alrededor, afortunadamente –pienso- no hay siquiera una brisa lo que hace más llevadera la baja temperatura con la que hemos amanecido...
Caminamos con la alegría y esperanza que tendremos la presencia de nuestro capellán; al poco andar escuchamos la alarma del Santuario: -se demoraron en abrirlo –pensé- aunque no supe después lo que realmente pasó; nos recogieron en el camino y rápidamente subimos al Santuario, más por el frío que por iniciar la Madrugada.
Impacta ver el altar pobrísimo, sin una flor, ni una vela, a los pies Nuestro Señor Crucificado, reposa sobre una almohada cubierta con un paño morado, dos sobrias velas iluminan y acompañan el reposo del Cuerpo de Jesús antes de su resurrección; nos sobrecogemos: “Dios mío, tanto me amas que has ofrecido a tu propio y único hijo para mi salvación...”, nos recogemos en silencio a nuestro lugar habitual, desde donde podemos ver a nuestros hermanos que en un silencio profundo, dialogan íntimamente con Jesús. El cuadro de la Mater está a oscuras, qué tristeza se refleja en su rostro, pero una tristeza serena: “...es la voluntad de Dios y a ella di mi sí en la anunciación, mi corazón de madre se desgarra de dolor, pero aquí están ustedes para consolarme en este amargo momento... no se desanimen, no se angustien, oren conmigo porque El no está entre los muertos sino que resucitando estará junto al Padre y allí nos prepara un habitación... quédense aquí conmigo y velen, recen...”
No hubo comunión, no lo sabíamos pero ella se reserva para la Vigilia Pascual y permanecimos en silencio junto a nuestra Madre y Reina, con la esperanza de la resurrección de nuestro Señor.
Salimos del Santuario anhelantes del cálido sol que comenzaba a disipar el frío del amanecer y naturalmente preguntamos: ¿Qué pasó con el Capellán? No le habrá contagiado el virus del “mal de echópa”? No faltó el que preguntó ¿Cuál es ese?... (su cuadro más severo se denomina “echó-pa-las-moras”)
Después nos comentaron que se disculpó de asistir en razón de las actividades de este Triduo Santo, pero que la próxima Madrugada sí estará con nosotros (ojalá sea así y no se contagie con el virus que normalmente les da a quienes se comprometen a asistir por primera vez)
Vamos al desayunáculo:Nos alegramos de tener de paso en nuestro país al estimado Pedro Montes, cliente top de Lanchile (es por el trabajo, nos dice), de seguir así lo más probable que Sebastián, don Piñera, lo invite a un asado en Caburga.
Algunos “retornados” nos regalaron con su presencia y alegría, el incipiente Alzheimer nos juega la mala pasada y no recordamos sus nombres, salvo Ariel Vallejos y su eterna y contagiosa sonrisa.
En amena charla sorprendimos al “vicario de la Pastoral Infantil” en Montahue, su eminencia don Álvaro León. En otro momento Ramiro mira extrañado el café de Patricio (dijo que no había que servirse nada, nada el Sábado santo), mientras más atrás, Jorge el bueno trata de captar la atención de Mariano, una de las últimas adquisiciones (no dije nuevas para evitar el contraste con la alba cabellera) y postulante al diaconado permanente (es en serio, los demás cargos de la comunidad son a título “honorífico”).
Por último, el desayuno estuvo acorde con el día, sólo café, a pesar de las reiteradas protestas de los estómagos (al regresar a casa me tuve que “sacrificar” y servirle a mi esposa el desayuno, no podía dejarla comiendo sola, no es cierto?)
Hasta la próxima, en el intertanto comunicaremos algunas ideas que nos fueron sugeridas y, como dice Roberto Horat:
-Recen que rezo.
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