Diario El Sur, Concepción, Chile, viernes 8 de septiembre de 2006
Otra vez el país se ha visto estremecido por una acción sorpresiva y totalitaria del gobierno, al dar a conocer la distribución gratuita, sin consentimiento ni conocimiento de los padres, de la píldora del día después a mujeres desde los 14 años. Ello ha indignado a millones de chilenos por muchas razones; y ojo, no todas religiosas, aun cuando sean compatibles con ella.
En primer lugar, se trata de una decisión tomada entre cuatro paredes, a espaldas de la ciudadanía. Al tratarse de un asunto de altísima sensibilidad, por estar en juego valores tan esenciales como la vida humana y la familia, al menos debiera haberse generado un debate propio de una sociedad democrática.
En segundo lugar, la medida tomada por un ministerio atenta gravemente contra el resto del ordenamiento jurídico que se ha dado Chile, al oponerse a la ley y a la Constitución, que protege tanto la familia, núcleo fundamental de la sociedad, como el derecho a la vida.
En tercer lugar, se trata de una intromisión indebida del Estado en materias que debieran tener su ámbito de discusión en la familia; por eso se trata de una medida totalitaria, puesto que impone una ideología estatal no sólo dividiendo a la familia y poniéndola en jaque en muchos casos, sino que lisa y llanamente la ignora.
En cuarto lugar, se pretende solucionar el problema de los embarazos adolescentes no deseados con este químico, sin considerar que un asunto tan importante requiere una política de mucho más largo aliento y no una medida de “emergencia” que no hace sino incentivarlo. Los grandes problemas requieren grandes soluciones, y cualquier intento por tomar atajos fáciles y muchas veces ideológicos conduce a un completo fracaso. Lo que ha ocurrido con la pobreza o la droga en otros países da buena cuenta de ello.
En quinto lugar, el problema de fondo y raíz última de indignación, es que hasta la fecha no se ha comprobado que el químico aludido no sea abortivo. No sólo eso, sino que existe abundante y muy seria investigación científica que señala esta posibilidad, sin contar con que varios laboratorios que lo producen reconocen su posible efecto antiimplantatorio. Ahora, ante esto se puede reconocer abiertamente su eventual carácter abortivo o, como se ha hecho en sectores proclives a la píldora, cambiar los conceptos y argumentos para negarlo. Así es como han surgido los conceptos de ‘preembrión’, o la consideración de que el embarazo comienza con la ‘anidación’ y no con la fecundación, por ejemplo. Lo que se pretende así es quitarle al embrión durante un tiempo su calidad de ser humano y, por tanto, de persona, privándolo de sus derechos. En todo caso, no hay que ser ciego para darse cuenta que existen enormes intereses creados en esto, como la investigación con células madre o la procreación artificial, sin ir más lejos.
El problema es que debemos ser coherentes, porque aquí está en juego ni más ni menos que el derecho a la vida, del cual dependen todos los demás. Un genuino respeto por los derechos humanos obliga a respetar la vida inocente siempre y bajo toda circunstancia, sin exigirle ningún requisito más que su existencia.
Lo que no puede ocurrir es que este derecho pretenda manipularse dependiendo de los gustos o conveniencias, porque ello equivale a destruir la noción de derechos humanos y desembocar en un totalitarismo.
Como puede verse, ninguno de estos argumentos es religioso: sólo racionales.
Max Silva Abbott
No hay comentarios.:
Publicar un comentario