diciembre 08, 2015

El Madrugador y María

Culminando hoy el mes de María, les compartimos una serie de tres artículos que escribimos para preparar a nuestros hermanos a la Alianza de Amor el 18 de octubre de 2014, que no ha perdido un ápice de vigencia:
El Madrugador y María

¡A ti te suplico, Yahvé!
Por la mañana[1] escuchas mi voz,
por la mañana me preparo para ti
y quedo a la espera (Sal 5, 4)

Dios, tú mi Dios, por ti madrugo,
mi ser tiene sed de ti,
por ti languidece mi cuerpo,
como erial agotado, sin agua.
Así como te veía en el santuario,
contemplando tu fuerza y tu gloria
-pues tu amor es mejor que la vida,
por eso mis labios te alaban- (Sal 62, 2-4)

Cada madrugada, mientras nos dirigimos al lugar del Encuentro con Jesús, en la oración, con nuestros hermanos, en el compartir fraterno, tenemos la silente presencia de María, la Madre de Jesús, quien y desde la cruz, nos la dio como madre nuestra.
No es por casualidad que Ella esté con nosotros, es así como surgió la Iglesia, con los discípulos reunidos en torno a María: Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía… de María la madre de Jesús y de sus hermanos (Hch 1, 14).
Si volvemos la mirada a esa escena, los apóstoles aún no tenían claro lo que iban a hacer y cómo iban a proceder, como nosotros y entonces es que la oración constante es la herramienta eficaz para descubrir lo que el buen Padre Dios quiere para cada uno y si esa oración la hacemos de madrugada, como también la hacía Jesús, será una oración fecunda.
No sabemos que hacer… y surge la presencia maternal de María, en medio de nuestra necesidad, de nuestras dudas, de nuestras carencias, y con solicitud amorosa nos dice Haced lo que Él os diga (Jn 2, 5); y Ella siempre estará con nosotros, ayudándonos a hacer lo que Jesús nos diga, ya que “María, de acuerdo al plan salvífico de Dios, es por oficio la Compañera y Colaboradora esponsal permanente de Cristo en toda la obra de la redención”[2].
Así podemos sostener que NO HAY MADRUGADA SIN MARIA, porque desde siempre Dios la pensó con nosotros, colaborando con Cristo Jesús y, por lo mismo, con plena confianza podemos dirigirnos a Ella y con Ella a Cristo, para que en nosotros se haga siempre la voluntad de Dios.
De ahí entonces, que es nuestro deber no sólo hacernos acompañar de María, sino adentrarnos en su misterio:
·         ¿Quién es esta joven embarazada que corre presurosa a asistir a su prima Isabel?
·         ¿Quién es esta Madre de Dolores según la profecía del anciano Simeón?
·         ¿Quién es esta Mujer vestida de sol que nos presenta el Apocalipsis que aplasta la cabeza del dragón?
Conozcámosla, amémosla y tendremos con toda seguridad, una gran aliada en nuestro camino hacia el Padre Dios.



[1]     La mañana, momento de los favores divinos, Sal. 17 15 ss
[2]     P. Rafael Fernández, La Imagen de María del Padre Kentenich

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